"Amor mío, amor mío.

Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo".

Vicente Aleixandre.

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domingo, 25 de agosto de 2013

La nube negra


Casi 30 millones de europeos sufren depresión en algún momento de su vida. La Organización Mundial de la Salud ha catalogado a este “trastorno del afecto” como la segunda causa de incapacidad en el mundo, y calculan que para 2030 podría llegar a ser la primera. En España, los casos de depresión, han aumentado un 19% desde que comenzó la crisis, la ansiedad un 8,5% y los problemas relacionados con el abuso del alcohol casi un 5%.

Cuando sólo queremos estar tirados en el sofá, dormir y no hacer nada, podemos decir que estamos, al menos, iniciando el camino hacia una depresión, sí, pero no sólo, en ocasiones, su inicio aparece enmascarado en síntomas tan comunes como:  frecuentes dolores de cabeza, dificultades para conciliar el sueño o para mantenerlo, continua irritabilidad, algún malestar difuso que no se corresponden con síntomas físicos, comer mucho o sentir una falta total de apetito, una excesiva preocupación por la salud física o convencerse del padecimiento de numerosas enfermedades, y algunos otros.

Estos síntomas pueden estar causados por la depresión que se está manifestando de una manera encubierta. Conocer sus causas y saber distinguir su sintomatología permite pedir ayuda a tiempo y poder organizar un tratamiento eficaz para lograr la cura en un breve lapso de tiempo. Llegados a este punto, considero necesario insistir en que la depresión se cura, en general, en un breve tiempo con una atención especializada. Por el contrario, sin tratamiento los síntomas pueden durar meses, años y aún agravarse seriamente y llevar incluso a tentativas de suicidio.

Todos hemos escuchado alguna vez: "estoy deprimido" o "tengo la depre", son frases que se pronuncian al azar con demasiada frecuencia para hacer alusión a una sensación de tristeza o desilusión. Pero lejos de ser un simple bajón en el estado de ánimo, la depresión es una alteración de las emociones en la que confluyen muchos síntomas que deterioran notablemente nuestra calidad de vida. La depresión es más, mucho más, los expertos dicen que abarca más de veinte síntomas y que pueden presentarse de forma leve, moderada o severa.

Se dice que es más común en las mujeres, pero ¿es cierto? y ¿por qué? Sobre esto, está confirmado que en la adolescencia y antes de los 65 años sí tiene mayor prevalencia en las mujeres, sin que se conozca la causa exacta, aunque también esto puede ser simplemente porque somos nosotras las que más lo consultamos, de hecho, los hombres registran mayores índices de suicidio, (lo que suele corresponder con personas con depresiones no controladas, que nunca pasaron por una consulta para informarse).

Hoy en día se considera una enfermedad tan importante, porque puede llegar a alterar el funcionamiento del corazón, el páncreas y la tiroides. Por eso la familia, y añado yo, el entorno (amigos, compañeros…), es un modelo de apoyo que debe velar porque el paciente coma y duerma bien, incluso muchas veces debe asumir incluso el papel de psicoterapeuta para concienciar al paciente de que la manera en que está viviendo no es la más adecuada, o señalándole, por ejemplo, que está progresando.

Soy consciente de que hablar, o escribir aquí, resulta sencillo, qué no tiene nada que ver con la lucha diaria que hay que llevar a cabo para abandonar “la nube negra” que es la depresión, pero aún difícil, es posible. Much@s lo hacemos cada día. Yo misma lucho a brazo partido cada mañana de cada día para salir del pozo, por eso sé bien de qué te hablo amig@… Por eso, ante la depresión ¡actúa! Aprende a expresar la ira hacia el exterior, no la retengas; busca, y sobre todo encuentra, espacios personales para tu autosatisfacción; deja de acusar a los acontecimientos externos y toma consciencia de lo que te sucede; trata de aceptar y experimentar aquello que la vida te pone delante y lucha, siempre lucha, recuerda que todo tiene un final, incluso esto; y reconcíliate con tu cuerpo y tu alma para empezar a vivir de nuevo.

lunes, 10 de junio de 2013

El suelo que piso



El día empieza como todos, al menos yo no lo siento distinto. Estoy como en otra parte, como fuera de este mundo... en mi realidad, esa que mi mente inventa para ti cada madrugada. Estoy parada al final de algún camino, y aunque no quiero, siempre empiezo atada a tu recuerdo. ¿Por qué será que el desamor duele tanto? Quiero escaparme, corro, corro... en realidad trato de correr, pero no, no avanzo, permanezco, como anclada, en el mismo sito. Soy incapaz de moverme ni un centímetro.

La gente pasa a mi lado, no veo sus rostros, solo escucho ese murmullo casi desordenado retumbando en mis oídos. Un sabor amargo en la boca me hace desear un beso, tu beso, mi mente me pide resistencia porque sabe que eres mi principio del fin, mi anestesia total, así que Intento pensar en otra cosa, desear otra cosa, pero todo me lleva, sin remedio,  de nuevo, al punto de partida. Cómo decirte que estoy atrapada en mi propio laberinto, que después de tanto tiempo, todavía no encuentro la salida, o peor, decirte que la salida sigues siendo tú.

Repaso de nuevo secuencia a secuencia mi vida, y sigo sin ver otra solución. Y es que siento como el suelo que piso se desmorona con cada paso, que vivo con el miedo pisándome los talones, y que el vacío me atrapa lentamente, ferozmente, inevitablemente... Todo se vuelve oscuro. Y grito, o lo intento, porque inexplicablemente no sale sonido alguno de mi garganta. Ya no sé si estoy soñando, si realmente eres parte de esta pesadilla diaria, o si toda yo soy parte de tu sueño.

Desearía volver a dormir como cuando era niña y evitar así tu imagen, no tener ésta pesadilla horrible cada noche. Ni la angustia brotando de esta manera por mis poros, partiéndome en dos el pecho. Si amar implica esta agonía, tal vez hubiera sido mejor no amarte, no desearte desde el primer día... Me odio a mi misma, y te odio a ti por ser mi otra mitad inacabada. Dos segundos después me arrepiento.

Al final, lloro (tantas veces que ya perdí la cuenta) hasta que estoy seca por dentro, el dolor aún se hace más grande. Y quema. Y duele y asfixia… Y casi mata... Pero no, no muero. Sigo viva en éste duelo lento y profundo. Me envuelvo en la sábana y pido que hoy también sea sólo un sueño, un mal sueño que el ruido estridente del despertador cierre como cierro el libro donde guardé tu último beso cada noche antes de dormirme...

miércoles, 24 de abril de 2013

La imagen de nuestras palabras.



Estoy pensando que no hay tanta diferencia entre hablar y mirar. Decimos que vale más una imagen que mil palabras, rebuscamos en nuestra cabeza para encontrar esa frase original, elegante, perfecta que describa el momento que estamos viviendo, lo que sentimos junto a alguien especial, o un paisaje que sólo nosotros hemos podido contemplar. Y siempre, aún sin pretenderlo, pensamos como si de una fotografía se tratara. Descubrimos, casi sin querer, que las imágenes son otra forma de poesía, que sustituyen en nuestro cerebro a lo que no sabemos, no podemos o no queremos expresar, que no hay tanta diferencia entre un instante perpetuo y unas palabras más o menos ordenadas, porque ambas cosas pueden llegar a transmitir lo mismo.

Me gustan los abrazos, esos que sin querer me hacen cerrar los ojos al tiempo que me roban una sonrisa que no sabía que tenía entre los labios. Haced una pequeña prueba, pensad en ese abrazo, ese que tanto nos gusta, ese abrazo cargado de cariño y de ternura, ahora tratad de describirlo con palabras… A que no desaparece la imagen de sus brazos rodeándoos el cuello. Sin duda la imaginación nos permite dar rienda suelta al deseo, y así, sentir profundamente lo que evoca una imagen, hasta ser capaces de expresarlo con palabras. Y es este poder el que hace que nos demos cuenta de que nadie puede dañar nuestros sueños, que en ellos siempre habrá caminos que se entrecrucen con la realidad para hacerla más llevadera.

Así pues, un poema, se convierte en una forma de mirar, de capturar un instante, un breve estado de éxtasis, donde nuestra óptica personal dialoga con ese preciso momento, ese en el que la mente se sirve de lo que hemos visto antes para crear un trazo continuo, a partir de una perspectiva basada en la memoria, en la historia, en los sentimientos o en la captura accidental de un segundo, que no es sino el producto más esencial del espíritu del ser humano. Y no hace falta analizarlo mucho más, simplemente dejarse llevar, y que la explosión de las palabras se refleje en una respuesta a tanta belleza derramada, a ese abrazo, a ese instante frente a un paisaje o junto a alguien especial…

La estrecha relación entre escribir un poema y sacar una fotografía hace que cada lector establezca inconscientemente una especie de revelado natural de cada verso. Cuando se escribe un poema, al igual que cuando se toma una fotografía, existe una especie de paralelismo entre lo que buscamos y lo fortuito, lo que queremos expresar y lo que el lector o el espectador acaba entendiendo. El poema que declara y alude, la imagen que desnuda y detalla. Nada de esto es realmente tangible, es más como un visillo que deja entrever una ventana a nuestro interior, a un nuevo día. Tomar una fotografía o escribir un verso convierte un instante en algo perpetuo, en algo nuestro.


sábado, 6 de abril de 2013

Transparentes...



Llevo días escuchando a todo el mundo hablar sobre la “ transparencia”, como soy de las que les gusta llevar las cosas a la altura de lo que pisan sus zapatos, lejos de las nubes en las que se empeñan en andar otros, me pregunto por qué nos resulta tan difícil ser transparentes a los seres humanos. Tenemos la falsa  convicción de que ser transparente es simplemente ser mínimamente sinceros, como mucho, no engañar demasiado a los demás. Pero si lo pensáramos  más de tres segundos nos daríamos cuenta de que ser transparente es mucho más que eso, y de que ahí empieza lo verdaderamente complicado del asunto.

Si nos pusiéramos a añadir actitudes y valores, descubriríamos que ser transparente es, entre otras mil cosas,  tener el valor de exponerse a la crítica y al juicio de los demás, significa ser y mostrarse  frágil, sencillo y sensitivo cuando la situación lo requiere, ser capaz de gritar y de decir lo que sentimos, sin falsos disimulos y pese a quien pese. Ser transparente es, sin duda, desnudar nuestro ser, entregar el alma a una causa justa. Ser transparente es, al final,  dejar que caigan las caretas y las máscaras para mostrarnos “a pelo”, tal cual somos, sin armas que nos defiendan ni pesados muros que oculten la realidad, tu realidad, la de todos. Es, ante todo, permitir que florezca en nosotros y en todo lo que tenemos alrededor la sinceridad y la cordura.

Pero ser transparente es arriesgado, y por desgracia, casi siempre, preferimos ocultar todo lo que suene mínimamente a fragilidad, a emociones, a sentimientos, a verdad… Así tratamos de evitar la sobre-exposición a las miradas impertinentes de los demás, a las de aquellos que pretenden adentrarse en nuestra (protegida) realidad, en nuestro ser más verdadero. Preferimos, sin duda, tapar los sentimientos a reconocer que tenemos miedo, y así, acabamos ahogándonos cada vez más en falsas palabras, actitudes inquietantes, o vidas vacías.

Con el pasar de los años, sufrimos, nos sentimos solos, inmensamente tristes, y lloramos (o deberíamos hacerlo) muchas noches en la soledad de nuestro cuarto, antes de dormir. Porque, aprendimos desde niños, que es mejor atacar, acusar, criticar… Porque aprendimos que ser transparente es ser débil, es ser tonto, es ser menos que el otro.

Sugiero pues, que tratemos de no atraer el lamento, de no contener la risa, de no esconder tanto nuestros miedos, y de no querer parecer tan invencibles…, cuando no lo somos. Que aprendamos a no controlar tanto, a no competir por todo, a ser un poquito más felices aunque sea expuestos a la opinión y al juicio de los demás… Será duro, estoy segura, pero con el tiempo seremos más felices y sobre todo mejores personas.

martes, 19 de marzo de 2013

Pequeña entrada del “Día del Padre”


He de reconocer que todavía, a pesar del tiempo que ha pasado, que sigue pasando, se me hace muy difícil hablar de él. No es que no me acuerde, que no le añore, que no piense en él, al contrario, más de una vez me reconozco hablando en mi interior como si le tuviera a mi lado, o pensando en si lo que hago, como vivo, qué decisiones tomo, le gustarán, si sentirá orgullo de lo que ve o por el contrario le afectarán los fracasos que a veces yo siento.

No soy de lágrima fácil, y creo que lo demostré aquella tarde frente a su cuerpo inerte. Todavía no he sido capaz de echar una lágrima, y no por no sentir lo que pasó, o por no echarle en falta. Siempre me dijeron que lo guardaba todo dentro, y creo que tienen razón. Hasta escribir estas cuatro líneas me está costando más de lo que debería. ¡¡¡ Esta maldita coraza interior…!!! No soy fuerte, tampoco insensible, solo una persona extraña en cuestión de demostrar los afectos, y así me va…

Estoy dejando llevar mi mente sin ponerle muchas trabas en cuanto a lo “literario”, pues siento que si me entretengo en pensar cómo decirlo, más bien cómo escribirlo, mi mente se parará en seco y no saldrá una gota más de este dolor que llevo dentro. No sé siquiera si hago bien en exponer todo esto aquí, al alcance de todos, ni si servirá de algo, pero como este blog fue concebido como terapia, aquí queda.

¡¡¡Papá te echo de menos!!!

viernes, 1 de marzo de 2013

"Acta, non verba"



“Hechos, no palabras” Pienso que es una filosofía adecuada para relacionarnos los unos con los otros en este mundo traidor, ¿no? Tipos de relaciones hay muchos: de amistad, laborales, afectivas, familiares…, y en líneas generales, creo que en todas ellas hay que seguir unas determinadas pautas, ¿eso qué quiere decir?, pues principalmente, conseguir  que tu cabeza no esté dando vueltas y vueltas recordándote cómo deberías haber actuado o qué tendrías que haber hecho, pero ante todo, ser capaz de que tu conciencia esté tranquila al finalizar el día.

Como es lógico, a veces lo conseguimos y a veces no; muchas, simplemente somos demasiado obstinados y creemos que nuestra postura es la más adecuada, y probablemente la única correcta. Pero si en un conflicto las dos partes creen tener la razón, habrá un choque, nadie creerá que el otro pueda tener algo que decir, nadie querrá ceder parte de su “verdad” (y a la vez parte de uno mismo). No nos engañemos, esto es así casi siempre, pero lo cierto, al menos lo más cercano a la verdad, es que rara vez hay una única opción, que casi nunca se tiene la razón al completo, la verdad absoluta. Ante un conflicto solemos perder la perspectiva y sólo vemos nuestro lado del asunto, y pocas veces nos ponemos bajo la perspectiva del otro. Por triste que suene, la empatía empieza a ser un bien en desuso.

Somos seres egoístas por naturaleza, afán de supervivencia diría yo, solemos creer que nuestros problemas son los más importantes, los únicos merecedores de la compasión del mundo, obviamos las voces que gritan a nuestro alrededor, y así nos va. Si dejáramos de mirar nuestro ombligo por un momento, si escucháramos de vez en cuando, nos daríamos cuenta de que probablemente tendemos a exagerar un poco todo lo relacionado con nosotros mismos. Y es que, en el fondo, saber escuchar es un arte y requiere de cierta experiencia y entrenamiento, pero cuando se consigue, es tan gratificante…

Todos somos piezas importantes en el teatro de la vida, y a veces contar tus cosas a otro puede cambiar la forma de interpretar tu vida, darle un enfoque diferente o simplemente encontrar otra forma de priorizar problemas y soluciones. Por todo esto, cuando tienes un amigo que es capaz de escucharte, al que hablas sin tapujos, y con quien compartes tus problemas pues te comprende, debes cuidarlo, casi mimarlo, porque estoy segura de que será una pieza importante en tu vida. Por lo general jamás te dirá qué tienes que hacer, incluso a veces ni siquiera lo que quieres oír, tal vez te orientará, te encauzará o te dará otra perspectiva de tus problemas. Y a partir de ahí, actúa, no tengas reparos en hacer lo que creas más adecuado para que tu conciencia duerma tranquila una noche más, no por egoísmo sino por responsabilidad.


martes, 19 de febrero de 2013

Sin tiempo ni fecha



Ayer, al salir del trabajo, me encontré con Enrique, un amigo de esos de toda la vida, Entramos en un bar cercano a tomar un café, hacía al menos seis meses que no nos veíamos, así que le pregunté qué era de su vida. Me habló, entre otras cosas, de su nuevo trabajo y de su familia, pero sobre todo, de lo que más me habló fue del tiempo, mejor dicho, del “no tener tiempo”. Estuvimos poco más de media hora sentados en aquella cafetería, no paró de mirar el reloj de su muñeca, en algún momento, casi me sentí violenta, como si le estuviera retrasando en alguna cosa importante. Al final como supondréis, nos despedimos de aquellas maneras en la escalera de un autobús urbano. Durante la charla, estas fueron algunas de sus frases:

"Un café rapidito, no tengo mucho tiempo". 
"Me han regalado un libro, lo leeré cuando tenga tiempo". 
"Leo las cosas por encima, no puedo malgastar el tiempo". 
“No tengo tiempo ni para ver una película”.
"Vale, de acuerdo, tú puedes perder el tiempo, yo no". 
"Perdona, te llamaré, ahora tengo que coger ese autobús". 

Cuando me acosté, se me vino a la cabeza el encuentro con Enrique, soy de esas personas que pasadas unas horas le vuelven a la memoria algunas de las cosas que le han ocurrido durante el día, una especie de revivir lo importante para analizarlo más detenidamente, conversaciones, encuentros, lo que he visto…. Así que pensando en lo que me dijo, sentí que no coincidía con él en muchas cosas.

Yo, últimamente siento que el tiempo es quien me pertenece en lugar de ser yo su prisionera, he aprendido que si bien no hay que malgastarlo, tampoco ser su esclava es la solución a nada. Hace tiempo ya que descubrí que podemos empeñarnos en correr más que el reloj, pero aun así, el día, seguirá teniendo veinticuatro horas. He llegado a la conclusión de que el tiempo no se pierde por escuchar lo que un amigo nos cuenta cuando está preocupado, o cuando le va bien y está contento. Que quedarse embobada mirando una puesta de sol, es más importante que echarle una carrera al día, que nada es comparable a una noche de estrellas en la que Chet Baker nos regala una balada desde un viejo vinilo. Que el amor y la amistad no los define el tiempo, sino las ganas.

Así pues, he decidido por unanimidad conmigo misma decretar: que el tiempo tiene, simplemente, la importancia que yo quiera darle. Por lo que, esta norma es de obligado cumplimiento, para mí y para todo aquél que pase por mi vida en cualquiera de las formas posibles.




                                                                                                                                                                                                                                 Soledad.

Sin tiempo ni fecha.

domingo, 10 de febrero de 2013

Antes de que llegue la medianoche




Hoy estoy de suerte, estoy contenta, he conseguido dormir casi seis horas seguidas, todo un récord para mí, así que esta mañana me he despertado realmente emocionada y feliz, y mira que tengo cosas que hacer antes de que el reloj llegue a la medianoche. Pero hoy soy consciente de que tengo responsabilidades que cumplir, que soy importante. Así pues, mi primer trabajo de hoy será escoger qué clase de día quiero tener.


Todos hemos oído alguna vez que conforme uno se hace mayor se va haciendo invisible, que con la edad disminuye nuestro protagonismo en la escena de la vida, o sea, que nos volvemos casi imperceptibles para un mundo en el que sólo cabe el poder, la sangre nueva y el ímpetu de la juventud. Y dentro de estos parámetros, yo muchas veces le he dado vueltas a que no tuve la suerte de nacer en una familia de esas con “posibles”, pero lo cierto es que siempre he sido consciente de lo que mis padres, pesé a todos los problemas e inconvenientes, fueron capaces de darme con sus pocos medios: una familia, tres comidas diarias, cariño, educación, valores…, y lo que con mi esfuerzo y empeño fui consiguiendo por mí misma.

Y es que aunque todo esto pueda ser verdad, que todo depende en gran parte de la suerte y de cómo te vaya en la vida, también lo es que para lograrlo hay que tener fe, valor y confianza en nuestra capacidad, pensar en positivo, y sobre todo saber que uno es importante en la vida. A esta hora de la mañana, puedo quejarme porque el día ha salido lluvioso, o puedo agradecer algo tan sencillo como que no tendré que regar las macetas de mi terraza. Hoy puedo sentirme triste porque ando justa de dinero, o puedo estar contenta de que así no compraré cosas innecesarias. Puedo maldecir de mi precaria salud, o puedo poner más empeño en recuperarme y salir adelante.

Así que a menos que tengas otros planes para hoy, puedes lamentarte de que tu rosal tenga espinas o felicitarte porque te ofrece sus rosas. ¡Qué tengas  un gran día...!






domingo, 3 de febrero de 2013

Como tengo ganas y tiempo...





Es invierno, quizá ésta sea la época del año que más invita a la  introspección y al análisis, a esa especie de recogimiento interior, ese aprovechar el frío para vaciar de los cajones las viejas fotos, los calcetines con tomates y aquellos pantalones tan monos que estuvieron de moda hace años. Es la época ideal para dejar espacios libres y limpios, para hacer hueco a lo nuevo, que sin duda, está por llegar. Es  tiempo también para la pereza y el letargo, para que se peguen las sábanas los fines de semana, para mirar por la ventana el paso de las nubes y la lluvia tras los cristales. Es el instante ideal para disfrutar un libro entre las manos y de un chocolate con churros para merendar...

Estaba necesitada de hacer limpieza interior: tirar algunos pensamientos no deseados y lavar algunos recuerdos que estaban ya medio oxidados.  Así que saqué aquellos que ya no uso y los que no quiero ya. También tiré a la papelera algunos sueños, algunas ilusiones, papeles de regalo que nunca usé, sonrisas que nunca di. Tiré a la basura la rabia y el rencor de las flores marchitas que estaban dentro de un libro que nunca leí… Como tenía tiempo y ganas, busqué mis sonrisas futuras y mis pretendidas alegrías y las coloqué sobre una estantería ordenadas por sueños. Coloqué en los estantes de abajo algunos recuerdos de la infancia, en los de encima los de mi juventud y bien colgado en frente, puse mi capacidad de amar, la fuerza de recomenzar, y luego pasé un paño por el estante de mis metas y las dejé a la vista para no olvidarlas.

Cogí las palabras de rabia y de dolor que estaban en el estante superior, pues la verdad, ya casi ni las uso, y las tiré a la basura en ese mismo instante. Otras cosas que aún me hieren, las coloqué en un cajón para después ver qué  hacer con ellas, si las guardo para aprender en un futuro o las olvido y también las tiro a la basura. Del armario del desván saqué todo y lo fui tirando al suelo: pasiones escondidas, deseos reprimidos, palabras horribles que nunca hubiera querido decir, heridas que causé a algún amigo, recuerdos de un día triste…

Arrojé directo al cubo los restos de un amor que me hirió. Rebuscando también encontré en una vieja maleta olvidada aquella luna de color de plata, esa puesta de sol que vimos juntos, el amor, la alegría, las sonrisas, un dedito de fe para los momentos que más la necesito. Recogí con cariño el amor encontrado, doblé ordenaditos los deseos, coloqué perfume en la esperanza, y me senté en el suelo para poder escoger algo para llevar siempre en el bolso. 

Es invierno, es tiempo de limpieza y puesta al día, pero sobre todo es el momento ideal para hacer acopio de la energía necesaria para derrochar en primavera.