"Amor mío, amor mío.

Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo".

Vicente Aleixandre.

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miércoles, 24 de abril de 2013

La imagen de nuestras palabras.



Estoy pensando que no hay tanta diferencia entre hablar y mirar. Decimos que vale más una imagen que mil palabras, rebuscamos en nuestra cabeza para encontrar esa frase original, elegante, perfecta que describa el momento que estamos viviendo, lo que sentimos junto a alguien especial, o un paisaje que sólo nosotros hemos podido contemplar. Y siempre, aún sin pretenderlo, pensamos como si de una fotografía se tratara. Descubrimos, casi sin querer, que las imágenes son otra forma de poesía, que sustituyen en nuestro cerebro a lo que no sabemos, no podemos o no queremos expresar, que no hay tanta diferencia entre un instante perpetuo y unas palabras más o menos ordenadas, porque ambas cosas pueden llegar a transmitir lo mismo.

Me gustan los abrazos, esos que sin querer me hacen cerrar los ojos al tiempo que me roban una sonrisa que no sabía que tenía entre los labios. Haced una pequeña prueba, pensad en ese abrazo, ese que tanto nos gusta, ese abrazo cargado de cariño y de ternura, ahora tratad de describirlo con palabras… A que no desaparece la imagen de sus brazos rodeándoos el cuello. Sin duda la imaginación nos permite dar rienda suelta al deseo, y así, sentir profundamente lo que evoca una imagen, hasta ser capaces de expresarlo con palabras. Y es este poder el que hace que nos demos cuenta de que nadie puede dañar nuestros sueños, que en ellos siempre habrá caminos que se entrecrucen con la realidad para hacerla más llevadera.

Así pues, un poema, se convierte en una forma de mirar, de capturar un instante, un breve estado de éxtasis, donde nuestra óptica personal dialoga con ese preciso momento, ese en el que la mente se sirve de lo que hemos visto antes para crear un trazo continuo, a partir de una perspectiva basada en la memoria, en la historia, en los sentimientos o en la captura accidental de un segundo, que no es sino el producto más esencial del espíritu del ser humano. Y no hace falta analizarlo mucho más, simplemente dejarse llevar, y que la explosión de las palabras se refleje en una respuesta a tanta belleza derramada, a ese abrazo, a ese instante frente a un paisaje o junto a alguien especial…

La estrecha relación entre escribir un poema y sacar una fotografía hace que cada lector establezca inconscientemente una especie de revelado natural de cada verso. Cuando se escribe un poema, al igual que cuando se toma una fotografía, existe una especie de paralelismo entre lo que buscamos y lo fortuito, lo que queremos expresar y lo que el lector o el espectador acaba entendiendo. El poema que declara y alude, la imagen que desnuda y detalla. Nada de esto es realmente tangible, es más como un visillo que deja entrever una ventana a nuestro interior, a un nuevo día. Tomar una fotografía o escribir un verso convierte un instante en algo perpetuo, en algo nuestro.


sábado, 6 de abril de 2013

Transparentes...



Llevo días escuchando a todo el mundo hablar sobre la “ transparencia”, como soy de las que les gusta llevar las cosas a la altura de lo que pisan sus zapatos, lejos de las nubes en las que se empeñan en andar otros, me pregunto por qué nos resulta tan difícil ser transparentes a los seres humanos. Tenemos la falsa  convicción de que ser transparente es simplemente ser mínimamente sinceros, como mucho, no engañar demasiado a los demás. Pero si lo pensáramos  más de tres segundos nos daríamos cuenta de que ser transparente es mucho más que eso, y de que ahí empieza lo verdaderamente complicado del asunto.

Si nos pusiéramos a añadir actitudes y valores, descubriríamos que ser transparente es, entre otras mil cosas,  tener el valor de exponerse a la crítica y al juicio de los demás, significa ser y mostrarse  frágil, sencillo y sensitivo cuando la situación lo requiere, ser capaz de gritar y de decir lo que sentimos, sin falsos disimulos y pese a quien pese. Ser transparente es, sin duda, desnudar nuestro ser, entregar el alma a una causa justa. Ser transparente es, al final,  dejar que caigan las caretas y las máscaras para mostrarnos “a pelo”, tal cual somos, sin armas que nos defiendan ni pesados muros que oculten la realidad, tu realidad, la de todos. Es, ante todo, permitir que florezca en nosotros y en todo lo que tenemos alrededor la sinceridad y la cordura.

Pero ser transparente es arriesgado, y por desgracia, casi siempre, preferimos ocultar todo lo que suene mínimamente a fragilidad, a emociones, a sentimientos, a verdad… Así tratamos de evitar la sobre-exposición a las miradas impertinentes de los demás, a las de aquellos que pretenden adentrarse en nuestra (protegida) realidad, en nuestro ser más verdadero. Preferimos, sin duda, tapar los sentimientos a reconocer que tenemos miedo, y así, acabamos ahogándonos cada vez más en falsas palabras, actitudes inquietantes, o vidas vacías.

Con el pasar de los años, sufrimos, nos sentimos solos, inmensamente tristes, y lloramos (o deberíamos hacerlo) muchas noches en la soledad de nuestro cuarto, antes de dormir. Porque, aprendimos desde niños, que es mejor atacar, acusar, criticar… Porque aprendimos que ser transparente es ser débil, es ser tonto, es ser menos que el otro.

Sugiero pues, que tratemos de no atraer el lamento, de no contener la risa, de no esconder tanto nuestros miedos, y de no querer parecer tan invencibles…, cuando no lo somos. Que aprendamos a no controlar tanto, a no competir por todo, a ser un poquito más felices aunque sea expuestos a la opinión y al juicio de los demás… Será duro, estoy segura, pero con el tiempo seremos más felices y sobre todo mejores personas.