El
día empieza como todos, al menos yo no lo siento distinto. Estoy como en otra
parte, como fuera de este mundo... en mi realidad, esa que mi mente inventa para ti
cada madrugada. Estoy parada al final de algún camino, y aunque no quiero,
siempre empiezo atada a tu recuerdo. ¿Por qué será que el desamor duele tanto?
Quiero escaparme, corro, corro... en realidad trato de correr, pero no, no
avanzo, permanezco, como anclada, en el mismo sito. Soy incapaz de moverme ni
un centímetro.
La
gente pasa a mi lado, no veo sus rostros, solo escucho ese murmullo casi desordenado
retumbando en mis oídos. Un sabor amargo en la boca me hace desear un beso, tu
beso, mi mente me pide resistencia porque sabe que eres mi principio del fin,
mi anestesia total, así que Intento pensar en otra cosa, desear otra cosa, pero
todo me lleva, sin remedio, de nuevo, al
punto de partida. Cómo decirte que estoy atrapada en mi propio laberinto, que
después de tanto tiempo, todavía no encuentro la salida, o peor, decirte que la
salida sigues siendo tú.
Repaso
de nuevo secuencia a secuencia mi vida, y sigo sin ver otra solución. Y es que
siento como el suelo que piso se desmorona con cada paso, que vivo con el miedo
pisándome los talones, y que el vacío me atrapa lentamente, ferozmente,
inevitablemente... Todo se vuelve oscuro. Y grito, o lo intento, porque
inexplicablemente no sale sonido alguno de mi garganta. Ya no sé si estoy
soñando, si realmente eres parte de esta pesadilla diaria, o si toda yo soy
parte de tu sueño.
Desearía
volver a dormir como cuando era niña y evitar así tu imagen, no tener ésta
pesadilla horrible cada noche. Ni la angustia brotando de esta manera por mis
poros, partiéndome en dos el pecho. Si amar implica esta agonía, tal vez
hubiera sido mejor no amarte, no desearte desde el primer día... Me odio a mi
misma, y te odio a ti por ser mi otra mitad inacabada. Dos segundos después me
arrepiento.
Al
final, lloro (tantas veces que ya perdí la cuenta) hasta que estoy seca
por dentro, el dolor aún se hace más grande. Y quema. Y duele y asfixia… Y casi
mata... Pero no, no muero. Sigo viva en éste duelo lento y profundo. Me
envuelvo en la sábana y pido que hoy también sea sólo un sueño, un mal sueño que
el ruido estridente del despertador cierre como cierro el libro donde guardé tu
último beso cada noche antes de dormirme...